YO CREO, TU CREAS, EL CREA.

Espero y deseo que a estas alturas del siglo XXI nadie crea que la creatividad es algo que viene dado a los seres humanos desde la inspiración divina y no porque cuestionemos la divinidad sino porque seguramente la divinidad estará por cosas mucho más importantes o simplemente nos haya dejado de su mano, cosa que sospecho. No señor, no creo que los seres humanos creativos, que lo somos todos, estemos tocados por las 9 musas, aquellos cándidos seres mitológicos, hijas de Zeus y la Titánide Mnemósine, que, según Hesíodo, tenían el don de transmitirnos su perfección, atributos y habilidades.

Después de leer mucha literatura respecto al don creativo humano, teorías y ríos de tintas sobre el innatismo o en su contrario la metafísica del arte, he decidido ser Rousseauniano y quedarme a habitar en territorios de la inopia y el favor natural. Esto es que no quiero pensar más y por lo tanto me encamino a habitar el no pensamiento, lugar que cada vez me recibe mejor.

Hablando claro, la creatividad como axioma y el arte como su concreción son valores inherentes a todos los seres humanos y considero a mi abuela con su macramé, a mi hija con sus garabatos multicolores, a Picasso con sus retratos desestructurados y a Rembrandt con su Ronda de noche en el mismo saco, en el mismo pack. Todos artistas y todos creativos. Aspectos relativos a la calidad de unos por encima o debajo de otros son meros accidentes culturales, seguramente económicos y de marketing. ¿Cuántos buenos y anónimos artistas encontramos por doquier fuera del sistema de la fama y el poder? Millones.

El artista nace y se hace, no hay dicotomía ni extremos. El arte nos evidencia una anomalía que la ciencia se esmera en solucionar con una respuesta empírica que no llega. De las 8.700.000 especies de seres vivos que habitan este planeta desde miles de formas y fisicidades, solo uno entre estos millones, el ser humano, tiene dos grandes capacidades que lo hacen único y lo distinguen de los demás. Es racional e intuitivo, usa la lógica y el sentimiento, piensa y es emocional. Esa es una anomalía, un rara avis que nos debiera empoderar y elevarnos la autoestima. Definirnos a todos como artistas es acertado. Todos y cada uno de nosotros en esencia tenemos la cualidad. Deberemos decidir el grado de implicación en su posible desarrollo, quedarnos en un nivel doméstico o profesional en sus múltiples posibilidades y vinculados a crear desde lo que cada cual decida, algunos escribiendo, otros coloreando, otros tarareando una canción o construyendo edificios sublimes o naves interplanetarias.

Entonces es cuando empiezas a valorar que el artista no es solo el señor inaccesible que aclamado por las masas llenaba estadios en sus conciertos, sino que también lo es tu hija que te ha hecho un cariñoso dibujo para el día de tu aniversario, y el payaso que saca sonrisas entre los niños enfermos en los hospitales, o tú mismo cuando te esmeras creando el domingo esa maravillosa obra de arte con forma de paella que con todo tu amor ofreces a los tuyos.

Dejemos de ver el Arte y el artista como algo lejano y distante y veámonos todos nosotros en esa singularidad como especie rara como creadores de cualquier cosa que sirva sobre todo para hacer un mundo mejor y con algo de esperanza, que buena falta hace.

Rafael Romero Pineda

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