De cabeza contra el muro: ¿Hay alguien ahí fuera? Reflexiones melómanas en tiempos de pandemia.

rafael-romero-pineda

Rafael Romero Pineda – Artista Plástico

Un buen y cultivado amigo me comenta que en estos pandémicos tiempos que corren, nunca mejor dicho, pues la epidemia corre que vuela, escucha al insuperable grupo de rock Pink Floyd, no hacen falta presentaciones, y se deleita en ese icono del siglo XX que es su trabajo The Wall – en español: El muro – encontrando en este excepcional trabajo pensamientos y reflexiones bien contemporáneas prestas al debate.  

Grupo Pink Floyd

Este álbum de estudio de 1979, regalo de David Gilmour y Roger Waters, producido por Bob Ezrin, fue llevado a la pantalla grande en 1997 ofreciéndonos una particular narrativa en torno a una estrella de rock, interpretada por Bob Geldof, el cual, viviendo al límite, se va consumiendo a la vez que recuerda los eventos traumáticos que cambiaron su vida. Esa estrella estrellada, somos un poco todos nosotros en estos momentos, desmotivados y tristes, aceptando algunos sumisamente esta crisis mundial desde lo que nos cuentan o rebelándonos y cuestionando todo ello desde sospechas conspiranoicas. La realidad no es nada halagüeña: enfermedad y muerte, minimización del espíritu crítico, crisis cultural, hundimiento de la economía… Y todo ello en la escenografía de cambio climático, el cual sigue su ritmo imparable y ante el cual no deberíamos bajar la guardia. La borrasca Filomena no ha sido precisamente una tormentilla pasajera.

escena de Bob Gueldof The Wall – Alan Parker

Desde todo ello no cabe la menor duda en situar este álbum en la contemporaneidad más absoluta, es más, abriéndonos la posibilidad a los que somos melómanos en recurrir a nuestros archivos mentales y buscar en ellos toda aquella poesías, revulsivos sociales, crítica, espíritu, alimento para la mente que nos regalaron todos estos compañeros de viaje que son los músicos y sus músicas.

En cuanto mi amigo me dejó esta miel en la boca, me dispuse a escuchar nuevamente El Muro de Pink Floyd, llenando mi mente de reflexión y espíritu crítico en esas letras y narrativas bien contadas, así como mi corazón de música virtuosa bien hecha.

¡Qué alto es el muro!. Is there anybody out there?. ¿Hay alguien ahí fuera?. Cuan alto tenemos el listón en estos tiempos tan extraños.

Is-there-anybody-out-there

wall_09

La música es uno de los más grandes regalos que nos ofrece nuestra condición humana. Como todo lo creativo proviene de los más profundos sentires y emociones. La música es banda sonora de nuestras vidas, recuerdo, testigo y consecuencia. Yo me siento muy melómano, siento pasión y entusiasmo por la música y esta, en estos tiempos del coronavirus confinamientos y prudencias, ha fortalecido mi resiliencia pues me ha ayudado a estar conmigo mismo en una garantizada paz interior. De hecho, así fue siempre. Los trabajadores de las artes pasamos mucho tiempo solos, pero nunca abandonados. La música siempre me ha acompañado y no me ha decepcionado jamás.

Consciente de la efimeridad de la existencia, siempre fui alguien decidido a buscar sólo aquellas cosas que me produjeran felicidad y satisfacción. Y pensé que ya que la vida era corta e impermanente, al menos iba a escuchar tan solo música buena. Pero ¿Qué es la música buena? Por supuesto esa categorización es personal e intransferible y yo tan solo puedo hablar por mí. Yo considero la buena música aquella que sencillamente y en lo holístico me cautiva y enamora. En ello juegan algunos valores sine qua non: debe ser honesta, virtuosa, armoniosa y transformadora. Este último valor para mí es muy importante. El que la música me transforme significa que me ayuda a evolucionar, a crecer en lo humano. Eso es todo.

Confieso que estoy preocupado pues precisamente en este momento en el que me he refugiado una vez más en mí mismo, con el valor añadido de la pandemia, he abierto mis sentidos en lo musical no solo a lo conocido, también a lo que me queda por conocer. Estos meses he escuchado mucha radio, también plataformas digitales de música, gran invento, y las músicas contemporáneas que voy escuchando en estos medios no me han gustado precisamente demasiado.

Intuyo que la cuestión de esta falta de calidad musical es para comenzar una falta de virtuosismo en muchos grupos. Falta dominio, investigación y experimentación instrumental. Falta también muchísima cultura musical. Los grupos de hoy mayoritariamente no saben mirar atrás, si miraran atrás encontrarían el tesoro de la Isla de Stevenson, la piedra angular de Pardo Bazán, el axis de su propia obra preconizado por Bombal.

Yo a estos grupos que proliferan y hacia los cuales dirijo mi preocupación, grupos eclécticos de músicas tropicales, caribeñas, mezcladas con ritmo urbano y rasgadas jaculatorias que preconizan amores de dominio machista y ausencia de poéticas humanas. Grupos a los que les preocupan más los likes de las redes sociales que su crecimiento profesional en la genialidad. A estos, les pediría aquella sabia mirada hacia atrás y que pusieran atención, que no influencia, en muchos grupos nacionales e internacionales de diferentes géneros y estéticas dominaban  la poesía cantada maravillosamente acompañadas de sublimes e impecables melodías.

Esta fracción de tiempo añadiría más, es la década de los años 80, una década prodigiosa.

No me tachen de nostálgico, táchenme de realista.

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