SOPLAN VIENTOS: LA TENTACIÓN DEL REBAÑO

«Entre todos los animales, los hombres son los menos aptos para vivir en rebaño. Si fueran apiñados como las ovejas perecerían en corto tiempo. El aliento del Hombre es fatal para sus semejantes.»

  Jean Jacques Rousseau

Los seres humanos podemos nacer dos veces. Una cuando salimos del interior de nuestra madre, y la otra cuando nacemos a la luz de nuestro proyecto de vida, y nos convertimos en constructores de la obra que somos. Esa posibilidad de encauzar nuestra existencia, es, posiblemente, lo que nos más nos diferencia del resto de los animales.

 Un animal, para hacer el recorrido vital que la naturaleza espera de él, solo necesita haber nacido, y vivir el tiempo necesario para completar su ciclo. Lo que ocurre en su vida es lo que está previsto, o programado, que ocurra, porque todo él es solo biología. Pero un ser humano, aunque también sea biología, es mucho más que eso; es un proyecto de realización como individuo, ante el cual se despliegan un sinfín de posibilidades de hacer realidad su humanidad. Darle significado al milagro de haber nacido como un hombre o una mujer con la extraordinaria condición de ser único e irrepetible, y por una única vez. Pues ni antes ni después de él o de ella, habrá existido, ni existirá, otro ser humano igual. Ahora bien; para poder consumar el hecho excepcional de su singularidad, ese hombre, o esa mujer, tiene que ser capaz de desarrollarla y cultivarla mediante un recorrido educativo que le permita discernir sobre aquellos valores que mejor potencien su humanidad.  Es indispensable que alcance conocimientos precisos para encarar su vida de una forma plena, convirtiéndose en un ser humano libre, independiente, y con capacidad de entender la realidad por sí mismo. Solo así podrá ser un ciudadano que se inscriba después, si lo desea, en proyectos compartidos, y empeños comunitarios, que le sean útiles a la sociedad de la que forma parte.

 Cuando nos adherimos a cualquier pretensión común, sea política, ideológica. Étnica, o de cualquier otra índole, sin haber recorrido previamente ese camino de edificación de nuestra individualidad, construimos la identidad personal a partir de la identificación con los otros, o, más bien, con esa invención que siempre es una idea o un proyecto, y dejamos de ser nosotros mismos para ser todos. No con todos, que es un acercamiento a los otros desde lo que uno es previamente, sino para ser un elemento más de una entidad que no es nada porque no es nadie. Da lo mismo que sea un partido político, una minoría étnica, una nacionalidad, o un club de fútbol. Cualquier corporación que nos enajene de nosotros mismos, puede tener ese poder de alienación. De deshumanización, en el fondo.

Ese peligro de dejarse arrastrar por lo gregario, por formar parte de un todo antes que ser uno mismo, nos acechará siempre. Los seres humanos tenemos una fortísima propensión a dejarnos llevar. A que sea otro, u otros, los que decidan por nosotros. Poseemos un apego animal a la comodidad de la obediencia, a la seguridad que nos brinda el amparo del rebaño, y a seguir al que suponemos que sabe. A ese que dice: «Síganme, que yo sé lo que les conviene». Fácilmente nos dejamos fascinar por esos líderes iluminados que se consideran a sí mismo como los únicos capaces de interpretar la realidad, decirnos lo que nos ocurre y cómo debemos afrontar nuestra vida. Nos exhortan a la sumisión a lo común. Nos llaman a respetar «la voluntad de la mayoría», que siempre coincide con la suya, y homologan la disidencia con sus opiniones con la beligerancia hostil, y el pensar por uno mismo, con traicionar a los demás.

El éxito de esos líderes, iluminados o providenciales, que tantas veces ha arrastrado a los países y a los pueblos a los mayores desastres, reside, fundamentalmente, en la identificación de un enemigo que permita la creación de un «nosotros» y un «ellos», separados por una línea divisoria e infranqueable que delimita el bien del mal. En el campo del «nosotros» está la verdad, la razón y la justicia. En la demarcación de los otros, o sea, de «ellos», solo existe la mentira y la malignidad.

Estos caudillos, usan el poder que le otorgan sus seguidores, para convertirnos a todos, en súbditos obedientes. Bien a través de la persuasión y el prebendalismo, o bien con la criminalización y la irrelevancia social de todos aquellos que se opongan a sus verdades absolutas. Estos líderes han existido y existirán siempre. Posiblemente nunca nos podremos librar de ellos porque surgen de nuestra condición de animales gregarios, pero podemos combatirlos incesantemente, ejerciendo nuestra humanidad con plenitud, en una constante lucha contra la comodidad de la ignorancia.

Agustín Vega.

En Zafra, diciembre de 2020. En tiempo de pandemia sanitaria. Y otras…

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