Soplan Vientos: LA TRIBU LLAMA

«Para alcanzar nuestros propósitos es mejor que nos dirijamos a la pasión de los hombres y no a su razón” (Voltaire). Ciertamente, estamos viendo en estos días como se ondean las banderas y se avientan las gargantas, convocándonos a la cita con la tribu, a las exaltaciones de los propios y la demonización de los otros. Todo es un reclamo para unir fuerzas y ganar el poder o conservarlo, pero se sublimizan los significados de las categorías políticas disfrazándolas de una dignidad que ocultan las verdaderas intenciones. La construcción de los sujetos políticos colectivos como usuarios de las estrategias de poder previamente diseñadas, fuerzan la crispación social para crear antagonismos civiles que no responden a condiciones objetivas de inequidad o injusticias, como sí lo hace la lucha de clases, sino a la fragmentación de la población en base a distintos relatos transversales y victimizadores llevados al extremo. “España nos roba”, “a las mujeres nos están matando” o “se está traicionando a la nación”, son artefactos políticos inventados con la misma lógica de manipulación de nuestros impulsos más irracionales y primarios.
Frente a eso solo podemos oponer la resistencia irreductible del pensamiento crítico y la defensa de la libertad individual, para decir no a cualquier convocatoria que nos induzca a ser todos lo mismo e iguales bajo la hegemonía de interpretaciones indentitarias definidas en confrontación con otras, que terminan por destruir la convivencia y la democracia. Es necesario enfrentarse decididamente a los mandatos de sumisión y obediencia ante aquellos que se presentan como los custodios de la única y definitiva interpretación de lo que somos o debemos ser, porque democracia y caudillismo son conceptos antitéticos por muchos votos que puedan enarbolar los caudillos.
Las dictaduras pueden perdurar durante cierto tiempo, pero la rebeldía y la esperanza de recuperar la dignidad, continúan viva en las personas conscientes. Sin embargo, las ideologías y los nacionalismos dogmaticos que no admiten ninguna otra explicación, aunque no se impongan por la fuerza, sino por la persuasión o la tradición, pueden ser tan inicuos como las peores tiranías. Constituyen un autoritarismo primitivo que homologa el acatamiento a lo establecido por los que tienen el poder de definir sus contenidos, con la fidelidad y el sentido de pertenencia, al pueblo, a la comunidad, o al partido. Aniquilan la libertad de pensamiento porque equiparan pensar con traicionar Pero no se trata de una disyuntiva entre buenos y malos, entre ilusos ciudadanos y perversos políticos manipuladores, sino entre aquellos que optan por ejercer la responsabilidad de razonar por sí mismo y ser perseverante en el ejercicio de la libertad, y los que ceden a esa propensión del ser humano a la subordinación, a dejarse llevar por el guía en el que relega la facultad de discernir en su nombre. José Saramago decía que tenemos que ser hombres con conciencias, pero no una conciencia “para mirarme por la mañana al espejo y decir, mira que buena conciencia tengo”, sino una conciencia para compartir con otros la lucha contra todas las cadenas.